Nació el 29 de mayo de 1930 en San Miguel de Tucumán. Emigró a fines de los años cuarenta a Buenos Aires, donde estudió Letras, y era muy joven cuando la revista Sur publicó La calle Mate de Luna, un cuento coral, sobre las sospechas y chismes que se dicen en un barrio tucumano acerca de una familia de forasteros. Se casó con el pintor Miguel Ocampo, con quien tuvo tres hijas. Acompañando a su marido en funciones diplomáticas, se estableció en Roma, donde formó parte del mítico círculo de escritores que rodeaban a Alberto Moravia y Elsa Morante y luego se radicó en París, donde vivió hasta 1969 y trabajó como lectora de literatura latinoamericana e italiana en la editorial Gallimard. Desde allí valorizo las obras de Juan Rulfo, Felisberto Hernández y Clarice Lispector, quienes dejarían huellas en su escritura. Publicó las novelas Dos veranos (Sudamericana, 1956), Uno (Fabril, 1961), Aire tan dulce (Sudamericana, 1966/Bajo la luna, 2009), En el fondo (Emecé, 1969), Su demonio preferido ( Emecé, 1973), La última conquista de El Ángel (nouvelle, Monte Ávila, 1977) y La muerte y los desencuentros (Fraterna, 1989/ Ediciones Fundación Victoria Ocampo, 2008) y los libros de cuentos Ciego del cielo (Emecé, 1991), Las viejas fantasiosas (Emecé, 1981) y Basura y luna (Planeta, 1996). Fue incluida en diversas antologías y revistas, entre ellas Cuentos de amor de autores argentinos (Ameghino, 1998), Sur Nº 198 (Buenos Aires, 1950), Sur Nº 262 (Buenos Aires, 1960), Sur Nº 306 (Buenos Aires, 1967), La Opinión (Buenos Aires, 27 de noviembre de 1977) y Encuentros: Escritores y artistas de la Argentina y Quebec (Gilles Pellerin y Oscar Hermes Villordo / Les Editions Sans Nom, Québec, 1989). Recibió el Premio Municipal de Novela en 1967 y en 1969 y obtuvo la Beca Guggenheim en 1988 y la Beca Civitella Rainieri en 1996.


"Orphée ha escrito novelas y cuentos de una originalidad extrema y natural, sin imposturas, simple reflejo de una personalidad básicamente poética. Lo que la distingue, quizá, de sus contemporáneos, es el exquisito manejo del habla del noroeste argentino. Un recurso que le sirve para pintar una sociedad cuya mayor -y casi única- belleza se halla, según su mirada, en las formas de la destrucción: la violencia, la enfermedad, la locura". Leopoldo Brizuela. LA NACION, 2009


Textual de Elvira Orpheé

Hace poco estuve leyéndolo a Manucho (Manuel Mujica Láinez). Le importa mucho la historia, que a mí, de por sí, no me interesa nada. Narra bien, ¿Quién lo duda? Pero es como los novelistas decimonónicos que quieren contar todo, todo, todo. Y eso los distrae. Y sobre todo, no sabe hacer lo que hay que hacer para que las palabras resplandezcan.

No me interesan ni las tramas ingeniosas, ni los frisos sociales, ni los pensamientos profundos... Yo lo que les pido es poesía. Poesía no es lo que se escribe: es la más profunda necesidad de expresión del hombre, para la que no bastan las palabras, las frases, ¿Cómo decirte? de la cotidianidad.

Nunca he sido metódica. Escribía cuando me venía en gana. Pero me venía en gana todo el tiempo. En papelitos, en cuadernos, en boletas, en lo que fuera y donde fuera. Ahora, cómo me volvían esas voces. Porque yo a Tucumán creía habérmelo sacado de encima salvo por dos cosas: los odios y los olores. No el olor de las rosas, no, que siempre me parecieron tontas, sino el de las flores de los naranjos de las calles, que era impresionante. Todavía lo tengo en mí.